Era mi madre, la reconocí por la mantilla que se movía suelta, por las manos y por el haz de luz que desprendía su sonrisa.
La hora, la tierra, la familiar ondulación del suelo armonizaban con su presencia.
La llamé sin ninguna duda; ella me saludó con un gesto etéreo.
Se puso después de puntillas, empezó a elevarse. Cruzó el aire hacia el cielo, tal como estaba, con su escalera.
(Cada año en esta época, extiende sus redesy las vuelve a recoger. Viene y ayuda a la tierra.)
Nikiforos Vretakos.
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